Articulo publicado en el Boletín especial 15 años, octubre 2009
Alexandra Huck, voluntaria de Alemania
Estuvimos en una sala grande, antigua, en Aachen, Alemania. La sala estaba repleta de gente. En un acto solemne fue entregado el Premio de Paz de Aachen a la Comunidad de Paz de San José de Apartadó. Ahí arriba, en el estrado, se turnaron las personas que honraron la valentía y el compromiso de la Comunidad con la paz. Desde mi silla en el auditorio vi a Gildardo y Nohelia subir al estrado a recibir el premio.
¡Qué raro y qué bonito verles allá! Me acordé de Gildardo en botas de caucho y con machete. Me acordé de San José: casas simples de madera, el olor del cacao puesto a secar al sol, montañas verdes alrededor, cerdos andando por la calle del pueblo, los campesinos y campesinas llegando del trabajo en los cultivos.
En esta sala medieval, en Aachen, tanto los discursos desde el estrado como las miradas del público expresaron el respeto más profundo por este proyecto de paz. ¡Qué contraste con los recuerdos de San José!: Hubo días en que sentía la angustia entre la gente de la comunidad tan intensa que me parecía que podía hasta tocarla. Por fin, en Aachen, Gildardo y Nohelia estuvieron en el ambiente que merecían: de reconocimiento, sin peligro, sin hostilidad. Recordé otras visitas de la Comunidad. Una en la que estaba sentada con Wilson y Brígida en un sofá en el Ministerio de Exteriores. La dificultad que tuvieron para hacerle entender al funcionario que sería ir en contra del Derecho Internacional Humanitario que la comunidad mejorara la carretera mano a mano con el Batallón de ingenieros del Ejército. Y otro momento de relajación de los dos visitantes, descubriendo el metro de Berlín, las máquinas para los tiquetes y las escaleras mecánicas.
Al final, siempre lo más duro: la despedida. Después de un último saludo ellos subieron al tren. ¿Cuántas veces en las despedidas no me entró este temor: no les pasará nada a ellos, como a tantos otros a quienes mataron? En Aachen, en medio de la fiesta, Gildardo y Nohelia estuvieron rodeados de gente interesada en ellos. Cuando fui a despedirme, sin embargo, otra vez la preocupación de si volvería a verles sanos y salvos estaba allí. Esta vez esperando que por lo menos el premio de paz les iba a dar un poco más de protección.