«Como mujer activista, feminista, ambientalista, y defensora de derechos humanos desde hace 19 años, nunca imaginé que tuviera que salir de mi país para salvar mi vida ante amenazas de muerte por el simple hecho de haber protestado cívica y pacíficamente.
Fui testigo y viví en carne propia la brutal represión contra el pueblo nicaragüense. Estuve en las calles con los jóvenes, vi muchachos heridos y les estuve brindando los primeros auxilios. Fue muy doloroso porque algunos requerían atención hospitalaria pero nos mandaron a cerrar los hospitales y no los pudimos salvar.
Estos tres años en el exilio han sido sinónimo de resistencia. Llegar aquí sin nada, sin la posibilidad de acceder a empleos vinculados a mi carrera, viviendo discriminación y xenofobia, y una pandemia sumándose a mi dolor, ha sido difícil. Pero tal como una alumna de la vida, aprendí a sobrevivir dignamente, siendo más resiliente, fortaleciendo mis capacidades y descubriendo nuevos talentos y capacidades, en el emprendimiento por ejemplo.
A veces me resulta difícil seguir, me canso de tanta violencia, tengo miedo, me quiebro, pero luego recuerdo que el exilio me permite estar libre y viva, entonces no puedo quedarme callada, menos ahora cuando desconozco el paradero de mi hermano recién desaparecido, y cuando veo cómo todo mi pueblo sigue siendo asediado y perseguido, sin la posibilidad de denunciar por miedo a represalias. En este sentido, el exilio me ha hecho más fuerte.
De igual manera, en el exilio también han pasado cosas bonitas, como conocer a otras personas defensoras nicaragüenses con quienes no tenía cercanía en mi país. En medio del dolor, poder abrazarnos, acuerparnos, escucharnos, formar redes, fortalecernos y ejercer resistencia juntos y juntas ha sido un gran alivio.
Más que nunca Nicaragua necesita a quienes defendemos los derechos humanos. Aquí estoy, respirando fuerza de la naturaleza, alzando mi voz por mi hermano, por mi familia, por mi Nicaragua libre y por mí misma.»
Claudia