Contexto Inconfesable de la Impunidad: una mirada político-cultural

 

Fuente: Danilo Rueda y David Suarez en Justicia y Paz. Revista de Derechos Humanos, nº 3 Julio-Diciembre 1996

Nuestra tarea de hombres. es la de encontrar las escasas fórmulas que puedan apaciguar la angustia infinita de las almas libres. Tenemos que remendar lo que se ha desgarrado, hacer que la justicia sea imaginable en un mundo tan evidentemente injusto, que la felicidad tenga algún sentido para los pueblos envenenados por la desdicha del siglo.

Albert Camus

Para nadie que vivencie, o al menos siga de manera consciente la situación de derechos humanos en Colombia, se le puede ocultar el hecho de que el más grave obstáculo que se tiende en la defensa de éstos es el relacionado con la impunidad. Ni las constantes denuncias contra los mecanismos fácticos de impunidad existentes en el país, presentadas tanto por organismos no gubernamentales como intergubemamentales, ni las pruebas más que fehacientes del no funcionamiento de la justicia colombiana frente a los numerosos Crímenes de Lesa Humanidad ocurridos en las últimas décadas, ni las propuestas y exigencias elevadas al gobierno en procura de una solución del problema, han sido capaces de remover en lo más mínimo ese inmenso muro que hace inaccesible la justicia para los hombres, como para aquel personaje de la alegoría kafkiana, que pasó su vida frente a la puerta de la Ley esperando ser atendido.

No sólo continúa aumentando la criminalidad del Estado, de lo cual dan fe las múltiples denuncias que se archivan en los innumerables infolios de despachos judiciales, sino que cada vez parece ganarse más terreno en la estrategia estatal tendiente a enmascarar y ocultar dicho accionar criminal haciendo uso de una sistemática difuminación de los límites que separan lo legal de lo ilegal. Artilugios que buscan legitimar la impunidad a través de formas que involucran desde lo político hasta lo cultural, llegando a afectarla misma posibilidad de los hombres como seres humanos, sus dimensiones ética y estética, la esfera del sujeto social y la del Estado.

¿Cómo entender la situación actual de nuestra conciencia social, la inversión colectiva de los principios de convivencia, la transferencia del sentido de valor de lo justo y lo repudiable? Preguntas que apuntan a nuestra naturaleza y al proyecto de sociedad -inicialmente una democracia liberal- que intentamos construir, así, como a lo que dichas propuestas puedan permitirnos discernir sobre lo condenable y lo ilegítimo. Inquietudes válidas que hunden su argumentación en la presunta crisis de los metarrelatos. Momento histórico en que hay que aguzar la mirada sobre las imágenes y las impresiones que vienen desbordando, desplazando o sustituyendo las posibilidades de los principios mínimos de la razón. Si dichos pensamientos, llamados posmodernos, nacieron de lo que algunos de sus pensadores más connotados llamaron la minoría, o el disenso frente a las interpretaciones totalizantes, nos es permitido entonces afirmar que ese resto, ese excedente, esa minoría, son las mayorías latinoamericanas. No sólo las excluidas, silenciadas, manipuladas o hábilmente coptadas por discursos que se ofrecen como democráticos o justos, cuando en realidad ultrajan el templo de Temis, sino todo el conjunto de la sociedad que en un momento dado es también excluido de los horizontes de principios mínimos de convivencia.

El desdibujamiento de Injusticia comienza con la insuficiente autonomía de la rama jurisdiccional del poder público, se sostiene en la persistencia del fuero militar, que encubre y cobija a los principales actores de las violaciones a los derechos humanos, se fortalece en la presencia de una "jurisdicción de orden público", que atenta contratados los principios del debido proceso y vulnera el espíritu mismo de la Constitución, se cualifica con el desarrollo de los principios constitucionales sobre declaratorias de conmoción interior y se ramifica en el accionar paramilitar, y en general paraestatal, que hunde a la justicia en una "noche y niebla" donde los límites que separan lo legal de lo ilegal, lo justo de lo injusto, lo bello de lo horrendo, terminan definitivamente confundidos. Se trata de factores de hecho y de derecho, que buscan el afianzamiento de una impunidad tejida con los profundos hilos de la conciencia colectiva cuya expresión -no simplemente moral sino de ordenamiento positivo- se autodenomina de "Derecho".

En este panorama donde la justicia ni siquiera consigue "brillar" por su ausencia, entran otros factores de impunidad, que podrían catalogarse, de acuerdo con la definición de Javier Giraldo, como "inconfesables", porque se pierden en la compleja filigrana de los discursos que el Estado y los Mass Media hacen valer como verdaderos y que terminan siendo aceptados bajo la extensa sombra que proyectan los imaginarios políticos. Estos factores, que muchas veces pasan inadvertidas o son relegados a un segundo plano con relación a los factores de hecho y de derecho que sostienen la impunidad, se constituyen, por su carácter mismo ideológico, socio cultural, y aun confuso, en los más difíciles de combatir, así como en los de mayor eficacia a los fines del establecimiento de un imperio de la no justicia, por cuanto es a través de ellos que aquélla gana legitimidad.

De ahí que ubicamos el espacio socio cultural, siguiendo a Martín Barbero, como "el tejido de relaciones e intercambios simbólicos desde los que se construyen y reconstruyen permanentemente las identidades sociales". No sobra decir que ellas -las identidades sociales- surgen en conflicto y expresan diversas formas de relación con el poder, con la imagen y la representación en el espacio social urbano y rural, y en el ciber-espacio de la tecnología. De ahí que los factores aquí llamados "inconfesables" son aquellos que, utilizando la expresión de Franz Hinkelammert, contribuyen a la formación de un sentido común legitimador de la impunidad, es decir, conforman un marco de interpretación, de experiencia y representación de los hechos, que acomoda la realidad ético-político jurídica a lo que en realidad es una distorsión del sentido de la justicia.

1. Factor de la soberanía vs. Humanidad Volver

Un primer factor que funciona en este sentido es la utilización de cierto discurso acerca de la soberanía como principio fundante de un Estado. De acuerdo con este discurso, se impide la acción de mecanismos internacionales de protección de los derechos humanos en nombre de una no injerencia en los asuntos internos del estado soberano. De modo que lo que en esencia debería ser un mecanismo destinado a garantizar la protección de los derechos del ciudadano -en nuestro caso el inalienable derecho a la justicia, una vez demostrada la ineficacia de los mecanismos internos, termina convirtiéndose en el más fuerte obstáculo para la consecución final de esa misma justicia.

La soberanía, en la situación colombiana, asume un carácter absoluto, es decir, ilimitado, lo que lejos de hacerla una garantía del poder político para salvaguardar la dignidad del asociado, la convierte en el instrumento ideal para la instauración de un reino de la arbitrariedad y el abuso. Previendo situaciones de este tipo, la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU prescribe en el Art. 2.2, que para el ejercicio de estos derechos " ... no se hará distinción alguna fundada en la condición política, jurídica internacional del país o territorio de cuya jurisdicción dependa una persona, tanto si se trata de un país independiente, como de un territorio bajo administración fiduciaria, no autónomo o sometido a cualquier otra limitación de soberanía." Aun Bodino, que fundaba toda su concepción política sobre este concepto, consideró que la soberanía estaba limitada por la ley de Dios y por la ley Natural, que su ejercicio no podía ir más allá de estos dos órdenes de leyes.

Desde este punto de vista, los Derechos Humanos, como derechos naturales -o divinos, en el sentido de dados por Dios, o racionales, como condiciones de la humana convivencia universal, o morales, como garantías de la existencia interpersonal- marcan una frontera a la soberanía, y se constituyen en el principio legitimante de un Estado, así como en el criterio de ejercicio de la soberanía misma. Esa esencialidad humana, fundamento de la comunidad de la especie del Homo Sapiens sobre el planeta, y que algunos, dependiendo del credo filosófico que propugnan, coinciden en llamar "dignidad humana", es el núcleo que defienden los sucesivos listados de derechos humanos, como ininterrumpidas murallas que se levantan alrededor de una ciudad sagrada, y es, al mismo tiempo, razón de ser de los modernos estados soberanos. Por consiguiente, el discurso político que hace valerla soberanía como argumento para impedir a organismos internacionales el acceso a la investigación de casos de Crímenes de Lesa Humanidad, que hasta el momento la justicia colombiana mantiene en una aberrante impunidad, oculta una falacia, cual es la de subordinar la defensa de lo humano a los fines de la estabilidad del poder político.

En esta perspectiva rondan y se asientan en la conciencia social los fundamentos mismos de expresiones que ubican el problema de los derechos humanos en la década del 60, 70 y 80, en el marco de la confrontación bipolar entre bloques hegemónicos. Buena la cultura occidental, cristiana y capitalista. Mala la cultura oriental, atea y comunista. De allí que el discurso del poder oficial del Estado, argumentara en su momento que los informes de entidades internacionales de derechos humanos sobre la situación colombiana son parte de una estrategia del comunismo mundial para imponerse y sublevar el orden "democrático". Planteamiento que, gracias a una conformación sociocultural tradicional, maniquea y dualista, encontraba el camino allanado para validar la acción represiva en los gobiernos de Turbay y Belisario.

Con la caída del muro de Berlín, la crisis del socialismo histórico y el gran arraigo de la cultura de la imagen, el planteamiento estatal que arguye el principio de Soberanía enmudece en cuanto se hace alusión a las decisiones del mercado mundial y a la globalización. La nueva representación en los derechos humanos hace en cambio alusión a la particularización de la fuerza y de los derechos humanos mismos, a la confusión del conflicto de actores armados y a lo nocivo de la injerencia en asuntos internos de instancias internacionales de carácter ético. Pues nos hacer ver -según se arguye- como parias ante el mundo.

En dicha particularización o atomización de los derechos humanos, las estrategias de imagen son abundantes en socializar las responsabilidades, en banalizar el sentido de los derechos humanos. De "todo somos responsables de los derechos humanos" se deduce una vaga responsabilidad. Significativamente, todo se enmarca en un entramado histórico preciso: el nacimiento de la Consejería Presidencial y de otras instancias de formación en los derechos humanos. Esta particularización y difusión va afirmando la sensación de un esfuerzo nacional por su respeto, de ello dan cuenta proyectos pedagógicos oficiales, difusión de materiales y revistas, tanto como las Comisiones interinstitucionales de "esclarecimiento" sobre los hechos violentos ocurridos en Trujillo, los Uvos, Caloto y el Meta. Sin embargo, la cruda realidad demuestra lo contrario: particularización de la fuerza a través de la acción paraestatal-paramilitar, acción sustentada también sobre un sentido que afirma poderes locales y regionales.

2. El crimen paga con crimen Volver

La impunidad se justifica y refuerza en el discurso que tiende a presentar los crímenes de Estado como una consecuencia lógica, y hasta necesaria, de la dinámica propia del conflicto interno. Se trata de un discurso construido sobre un oscuro presupuesto de la lógica de la guerra: el crimen se combate con crimen. De ahí se colige que las formas convencionales de combatir al enemigo, como tales sujetas a una normatividad ética cuya máxima de actuación es siempre el respeto de la dignidad humana, se ven invalidadas por la magnitud y degeneramiento de la guerra misma, pues su realidad desborda todos los principios éticos y jurídicos que pretendan contenerla desmesurada voluntad de exterminio que asiste a los actores del conflicto.

Dicha práctica pretende cobijar las acciones abusivas que comete la fuerza pública, acciones para las cuales se pide siempre comprensión de parte de la sociedad hacia el Estado, quien dice no hacer otra cosa que defender las instituciones en condiciones difíciles, Aunque el discurso del "crimen se combate con crimen" funciona como justificación de las violaciones de derechos humanos cometidas abierta y directamente por actores estatales, es en otro terreno, en el de los crímenes que protagonizan las fuerzas paraestatales, donde encuentra su verdadera eficacia.

En un reportaje que el periodista Germán Castro Caycedo realizó a Carlos Castaño, en aquel entonces comandante de grupos paramilitares en las regiones de Córdoba y Urabá, y las AUC (Autodefensas Unidad de Colombia) en general, este último aduce como razones que pretenden justificar el paramilitarismo, además de la tesis de la incapacidad del Estado para combatir a la subversión, la necesidad de responder a la acción guerrillera con métodos eficaces, esto es, con métodos propios de la guerra de guerrillas. Se trata del mismo argumento ideológico a que hemos hecho referencia, pero esta vez puesto en juego para legitimar todo un accionar que no deja por fuera ninguna de las prácticas, o mecanismos de hecho, que sirven al propósito de evadir la justicia.

Volviendo sobre lo anterior se advierte que la recurrente tesis de la incapacidad del Estado esconde tácitamente otro principio legitimador de la impunidad, que no es otro que la misma impunidad, pues la incapacidad del Estado hay que leerla también como incapacidad jurídica. De modo que el círculo de la impunidad parece cerrarse: se arguye una impunidad del Estado para poner en marcha un dispositivo que en nombre de una justicia privada desarrolla una criminalidad paraestatal, destinada a asegurar la más flagrante impunidad.

Este mismo dispositivo va configurando un imaginado social donde vale la ley del más fuerte, donde hay víctimas dignas y víctimas indignas, "desechables" y necesarios. Así se rechaza a los desplazados por la violencia política, parias y extranjeros en su propia patria como los de la Hacienda Bellacruz, como los opositores políticos. "Desarraigados" tanto como los cartoneros a quienes Mockus (Alcalde de Bogotá) atendió únicamente cuando los medios de información aparecieron y a quienes casi que sistemáticamente los mismos pobladores de sectores urbanos pobres o miserables rechazaron.

Como lo expresó en reciente entrevista el lingüista estadounidense Noam Chomsky: "En una sociedad típica del tercer mundo, como Colombia, o la India, o Egipto, las cosas siguen conservando más o menos la misma estructura: hay un sector muy rico, enormemente rico, otro buen número de personas que viven entre el padecimiento y la miseria, y finalmente otro sector que no es sino superfluo, gente que está fuera de uso, que no contribuye con ninguna ganancia. De manera que no hay más remedio que buscar alguna forma de librarse de ellos. En Colombia, la forma empleada es la "limpieza social". En otros países se acude a algo diferente."

"Todas las sociedades del tercer mundo tienen la misma estructura... ¿Qué hacer en tales circunstancias? Pues bien, lo mismo que se hace en el tercer mundo: deshacerse de la gente superflua y controlar a los que viven en el padecimiento. Pero ¿cómo controlarlos? Una de las mejores formas es mediante el aumento del miedo y el odio; haciéndolos odiarse entre sí e inculcándoles el temor a la gente superflua. Esta es la forma de control que se da en todas partes y que se está aplicando también en los Estados Unidos".

3. Perdón y olvido Volver

Es el punto final a toda esperanza de justicia. Se trata de la búsqueda de fórmulas políticas para una reconciliación nacional donde los crímenes sean olvidados y los victimarios perdonados. Se intenta, explotando el subsuelo cristiano en que se mueve la conciencia del colombiano medio, producir un marco de interpretación religioso que permita cerrar el acceso definitivo a la justicia.

El valor evangélico del perdón es sutilmente trasladado de la esfera de las relaciones interpersonales al piano de lo jurídico-político donde se trata de establecer una justicia retributiva. Como bien señaló el Dr. Antonio Funari, en ponencia presentada en la sesión deliberante del Tribunal Permanente de los Pueblos: "El perdón es resultado de la verdad y la justicia (... ) Si el perdón, en el ámbito de las relaciones interpersonales, sólo puede ser otorgado por la víctima al verdugo; en el ámbito socio-político, el perdón no puede apoyarse en los actos propios de las relaciones personales. Es propio del ámbito socio-político la regulación de las conductas colectivas y la construcción de estructuras (leyes, instituciones) que protejan de una manera estable los derechos de todos".

Con la fórmula de la reconciliación nacional se pretende sacrificar la justicia en aras de la convivencia. Perdón y olvido. A fin de cuentas lo que se quiere es la paz a cualquier precio, aunque ello signifique que muchos queden para siempre con su herida; aunque en su absurdo sobrepasen al raro personaje de la alegoría kafkiana, semejando a aquél heterónimo del portugués Pessoa, que llamaba a una puerta ante una pared sin puerta; aunque se haya matado la conciencia moral en un país condenado al silencio; aunque los criminales se paseen por las calles, y nosotros los hayamos absuelto en nombre de Dios.

Es más simple, más realista y negociable. En momentos que los horrores de la guerra nos sorprenden y nos alcanzan a aterrar, se clama por la paz. Una vocación al olvido va enterrando el sentido de la justicia. Nueva distorsión del "Dejad que los muertos entierren a sus muertos". Los sepulcros al pasado, los vivos para el futuro. Razón de la mayoría sin ser la verdadera. Al tono de la paz, se va al silencio, al realismo.

4. Imágenes Volver

Indudablemente en toda esta sensación, creencia en discursos e imágenes sociales, los mass media son escenario de la guerra, son parte de ella, llevan su sentido del olvido y afirman el circuito de la impunidad. Es un poder que opera sobre la mirada en la construcción de imágenes, de simbologías, de sensibilidades y de formas de identificación social. En ellas hay dos mecanismos de interacción.

El primero de ellos es el del disciplinamiento periodístico y de los comunicadores ubicados en la representación maniquea, oficialista, unanimista. Dispositivos no asumidos necesariamente de forma deliberada, pero en todo caso asumidos, como actitud, a veces acríticamente. Aquí los procesos de creación de información y de producción de la noticia están fundamentados en una cierta configuración de la actividad profesional de la mentira o de las verdades a medias.

El segundo de ellos aparece como reproducción sociocultural vinculada al mundo del marketing. Estrategias deliberadas que involucran estilistas de los media, jefes de prensa, publicistas, artistas, en combinación con relaciones primarias en las nuevas ,,acciones cívico militares" con comunidades marginales en alto riesgo o zonas estratégicas en zonas de conflicto. Operan previamente como acción de encubrimiento, de olvido, o como distorsión del resarcimiento.

5 El mundo de los medios Volver

En el primer dispositivo encontramos los puntos que considerarnos neurálgicos en la producción noticiosa que por acción y omisión se convierten en un factor que legitima y ambienta imaginados de la guerra para el tratamiento de los conflictos, la irracionalidad del crimen con crimen es justicia, la del perdón y la del olvido, la de la criminalización de víctimas dignas e indignas y la estigmatización de sus espacios. Allí los medios y sus productores hacen parte de la impunidad y del circuito de violencia.

5.1 Oficialización de los hechos Volver

Los periodistas y sus medios de información aluden a los fenómenos de violencia y su impunidad no sólo reproduciendo la apreciaciación de las fuentes oficiales, sino asumiendo como perspectiva de análisis y comprensión de los fenómenos de las instituciones.

En razón del sentido de autoridad, vivido en la mentalidad de la opinión, se cree que la verdad es lo oficial. La legitiminad de la verdad se hace desde esas imágenes rápidas y fragmentadas que atraviesan por los sentidos. Y la autoridad en la población se expresa desde los medios y gatekeeper. La capacidad de generar opinión es tan alarmante que se termina escuchando en las casas de las familias de las víctimas de violaciones a los derechos humanos que la verdad de los hechos fue expresada en un medio, haciéndolas dudar incluso de lo que han visto. El sentido de la verdad y de la justicia está allí en lo que aparece a través de un medio electrónico.

5.2 Estigmatización Volver

En los diccionarios se afirma que dicha palabra hace alusión a marcar, estereotipar, señalar, marcar. A quienes exigen justicia, sise les muestra, en no pocas ocasiones, como resentidos, dinosaurios, principistas, utopistas, apelativos a los que se agrega "el pecado" de haber sido violentados.

Esta imagen se construye por los medios de información masiva. En el espacio urbano, los jóvenes, las trabajadoras sexuales, los habitantes de la calle. En el campo, las llamadas "zonas rojas" y las dominaciones socio culturales entre chilapos y paisas en las zonas paramilitares.

Ser joven de este barrio es ser delincuente, potencialmente delincuente o nacido en ambiente de delincuentes. Ser campesino es ser guerrillero o auxiliar de la guerrilla. Se presenta entonces una generalización ambigua, aparentemente vaga e inofensiva pero que va resonando en los espacios de la conciencia colectiva como miedo y como odio.

El nuevo enemigo interno es el supuesto ideológico desde el que se construye una imagen que excluye la mirada de procesos y contradicciones al interior de la ciudad, del campo y del país. Todo aquello que explícitamente es sucio, o que potencialmente pueda serio, aquello que simplemente cuestione la moral ciudadana, es peligroso y comunista.

Las bandas o las pandillas juveniles y los mismos jóvenes, aparecen en las informaciones como sujetos sin historia, "disfuncionales sociales", delincuentes o de alguna manera como los "terroristas urbanos". Los campesinos como guerrilleros. Como resultado, en la conciencia sociocultural se refuerzan las imágenes negativas, de modo que se ratifica en el deseo colectivo que la salida ante los niveles de inseguridad es exigido asumirlas medidas restrictivas y de fuerza. Se transfiere con esta imagen, implícita o explícitamente, la percepción de que los habitantes de los sectores deprimidos de la sociedad son la causa de la inseguridad de la ciudad. 0 que los campesinos sin tierra son unos resentidos, reinsertados o "idiotas útiles" de la subversión. Sin embargo, se ocultan o niegan las causas, las raíces, los contextos, los actores y las motivaciones del ejercicio de la violencia, la relación que ésta guarda con los actores estatales, y se justifica su sentido de "justicia".

5.3 Avalar Volver

Legitimar por acción u omisión, con conciencia o sin ella es la consecuencia de reproducir sin crítica, informar sin confrontación ni contextualización.

En los medios, la información que construyen sobre la violencia política y los conflictos tiende a reafirmar que los otros, la sociedad -nunca el Estado- son los responsables. Equívocamente configuran un imaginado en el que se avala la necesidad de medidas de fuerza para lograr la seguridad ciudadana, desbordada y puesta en cuestión por las "juventudes", los campesinos organizados o los trabajadores sindicalizados.

Bajo ese estigma de responsabilidad, se les convierte soslayadamente en los "chivos expiatorios" de la violencia y en potenciales sujetos que deben ser "ordenados". Formas de ordenamiento que justifican subrepticiamente las acciones de fuerza legales e ilegales en la aparatosa acción de grupos "anónimos" de paramilitares, sicarios y escuadrones de la muerte, en las rondas urbanas de la mal llamada "limpieza social".

Al desconocer los procesos que dan origen al conflicto, sus componentes socioculturales y las razones políticas del mismo, las responsabilidades estatales y societales, con su poder de generar opinión y gestar formas de representación social, los medios van consolidando imaginarios de exclusión y de uso de la fuerza contra el "nuevo enemigo interno": lo distinto, lo disímil. Fuerza y coerción que los medios de información justifican veladamente en los niveles de la representación y la simbología ciudadana ante la "inseguridad" y la "ausencia de paz".

Por eso, el accionar de la autoridad civil con medidas de seguridad de corto o mediano plazo, que cuentan con la participación preeminente de la fuerza pública, encuentran una anuencia en la ciudadanía, incluyendo en ocasiones, a los propios grupos de población en alto riesgo o en zonas de conflicto.

Mediante el aval a las medidas coercitivas y las responsabilidades transferidas a sectores miserables de la población, como los jóvenes o los campesinos en zonas de producción cocalera, se llega a expresar en los discursos de los medios una violencia simbólica contra aquéllos, aduciendo más que razones, juicios y explicaciones, prejuicios para una posible acción en su contra (testaferros de la "narcoguerrilla", por ejemplo). Incluso se justifica soterradamente, con aparatosas argumentaciones de titulares y flash, los crímenes ya cometidos, y ello a través de la abominable expresión de "limpieza social" para unos casos, y la de "dados de baja" para otros. Justificación que hace a unos muertos buenos y a otros malos.

Poco a poco la indolencia y las justificaciones no racionales de la eliminación corroen las percepciones de los lectores, oyentes y televidentes, apropiándose de la conciencia moral. Que se declare la Conmoción Interior, los Estados de excepción, las zonas de "orden público".

5.4 Confundir Volver

Por la llamada rutina productiva, por la ausencia de una cercanía al discurso técnico del conflicto, por una percepción tradicional maniquea, las denuncias frente a violaciones de derechos humanos dejan de presentarse con claridad ante la opinión pública. Deja de distinguirse el marco internacional de los derechos humanos y su sentido. Una y otra vez se pregunta desde los mismos prejuicios o se hacen afirmaciones que desconocen la razón de ser de los derechos humanos, del Derecho Internacional de los Derechos Humanos, del Derecho Internacional Humanitario.

Se siembran entonces dudas sobre el quehacer y legitimidad de los defensores de los derechos humanos, de las ONG protectoras de los mismos, y se posibilita que su expresión aparezca señalada como peligrosa para la normalidad pública. Se abre incluso el camino para que todas las expresiones de trabajo comunitario se vean equiparadas a una actitud de complicidad con grupos delicuenciales.

De modo particular, el clandestinaje con que operan los victimarios es sostenido en los niveles de la representación por los medios de información. El desconocimiento del conflicto, de los actores que en él participan y su forma de operar, se evidencian en el tratamiento que se hace de la información. La identidad de los victimados es atribuida a -o meramente resuelta- en el eufemismo de "fuerzas oscuras", mecanismo discursivo que contribuye al logro simbólico del asesinato perfecto con el encubrimiento de los victimados.

Se reproducen las siglas de la clandestinidad sin su sentido, no se profundiza en su intencionalidad y se van atribuyendo a un "otros", unas veces abstracto y otras concreto, su responsabilidad. Se les dice Autodefensas, sin encomillar, para hacer perder su relación con el paramilitarismo. En e mismo sentido se habla de "justicia privada" o "fuerzas oscuras".

5.5 El olvido y la impunidad simbólica Volver

La producción sistemática de la amnesia colectiva se realiza mediante el silencio, la impunidad simbólica y la repetición que se configura en una suerte de caparazón para olvidar. La presentación normal de hechos de violencia y su impunidad disciplina, normaliza y permite la aceptación pasiva del homicidio y la tortura de jóvenes. Este acostumbramiento natural a fuerza de la repetición genera a su turno la reacción del olvido.

A la pericia del victimario para no dejar rastros e impedirlas investigaciones, se agrega la construcción por parte de los medios de un relato que se hace creíble y desde el cual se desprende que hay justicia o se ha allanado su camino.

Así se fabrican en la representación social las condiciones para borrar, desviar y confundir la iniciación de una investigación con los principios de justicia. La formalidad o el sofisma de investigaciones exhaustivas sacian las expectativas de justicia. La expresión de los hechos se convierte en Injusticia, es decir, el relato es la justicia. Sin embargo, ella no existe, los victimarios siguen por ahí rondando. Se formaliza el derecho, se enuncian las violaciones y dicha enunciación sustituye a la justicia efectiva. El carácter nominal de cierta legalidad produce la ineficiencia de la justicia en términos prácticos.

Por eso, como señalaba Ana María Cano en un seminario internacional de periodismo, "se ha perdido todo interés por buscar lo no evidente, por obra del cómodo sometimiento a un enorme aparato de información oficial y oficiosa; no hay espacio para la voz no interesada y la realidad colombiana va restringiéndose de manera asfixiante a una agenda de muerte-culpabilidad-inevitabilidad. ¿Es que debajo de este territorio de cruces, amenazas, cadáveres, orgías de poderes mal habidos, no circulan torrentes de saber, vida, generosidad, conciencia y convivencia? ¿O están ellos condenados a conectarse o transcurrir paralelos como verdaderos fenómenos clandestinos, simplemente porque no son vistosos o no aparecen listos para llevar como la información institucional que se mueve a través de los relacionistas públicos, los boletines remitidos y ruedas de prensa de los que está saturada la ya estrecha agenda periodística?".

6. El mundo del marketing Volver

Es cada vez más claro que la imagología, a la que se refiere Milan Kundera, la adoración de la imagen hoy, posibilita decir que lo esencial es la apariencia, la seducción (no lo seductor), el sensualismo (no lo sensual). Se elige un Presidente como se consume una gaseosa. Lo establecido se sostiene no sólo sobre el discurso oral, la retórica o la oratoria, se funda sobre la imagen, lo verosímil, lo creíble, Deslinde entre imagen y verdad, imagen y poder, imagen y ética.

Desde 1991 la imagen sustituye de modo particular todo otro tipo de narración. La Nueva Constitución abrió una dinámica novedosa, un imaginario que hablaba de lo nuevo, de la modernidad y de la modernización. Un joven mandatario habló del futuro, atrás quedaba lo viejo. Por primera vez se nombró un ministro de defensa civil, la civilización de la fuerza, imaginario de una resolución del conflicto de manera distinta. Esta ola de sentido copó todos los espacios, incluso el represivo, incluso el de la impunidad. Se empezó a hablar de un nuevo aparato de justicia, la Fiscalía, y con ella se prometió conjurar la impunidad. Fue tal el espectáculo que, un año después de creada, los medios eligieron al unísono a Gustavo De Greiff como el hombre del año. La alegría rondó por todas partes. imágenes de país en un rumbo distinto. Y la imagología llegó a la guerra, la impunidad encontró un nuevo cómplice. Campo y ciudad están rodeados por ella. No hay escape.

El marketing se apoderó de todos los aparatos represivos. El nuevo orden del control social pasa por las sensibilidades, veamos los mecanismos a través de los cuales la impunidad se convierte en rey Midas.

6.1 La producción masiva Volver

Si el mundo de la imagen sustituye la discusión racional o las argucias ideológicas, los medios se convierten en un nuevo escenario del conflicto, no ya de manera tan burda con la propaganda negra sino de modo cualificado. Ya no se trata simplemente de desmoralizar al contradictor, de estigmatizarlo o banalizarlo, se trata de ganar el afecto, la sensibilidad de la población.

- Documentos de análisis

Se producen diversos productos para públicos diversos. El tema de la seguridad sufre un cierta socialización o expresión pública. Se distribuye masivamente en diarios de circulación nacional en día domingo. Se divulgan las Estrategias contra la Violencia. Se abre un grupo más amplio la posibilidad de su conocimiento y discusión. Una suerte de glasnost a la colombiana.

Pero al mismo tiempo, en la radio y la televisión, campañas como las del Plan Nacional de Rehabilitación y las de la Droga fueron desarrollándose sin que los aparatos represivos hubieran explorado su lenguaje. A esa estrategia, con grandes cantidades de dinero en publicidad para ganar la credibilidad de la población, llegaron un tanto rezagadas las Fuerzas Armadas.

-Cuñas televisivas

En un primer momento con el uso de la televisión para el pago de recompensas en la guerra contra el cartel de Medellín y luego en relación con los líderes guerrilleros. La voz detectivesca, remembranza del Super agente 86, nos guiaba hacia el sentido de la justicia: "Colaborar paga. Usted pone las condiciones".

Luego, con una asesoría cualificada, la estrategia de medios desarrolla mensajes televisivos donde se realiza un acercamiento a las Fuerzas Armadas y a la policía, con movimientos de cámara modernos, voces de calidad y fotografía impecable. Los dibujos animados para invitar a dormir a los niños y decir: Di no, el personaje contra la droga.

-Los seriados

Hombres de Honor, una producción narrativa que bajo la forma de seriado novelado, ausculta en historias los conflictos de la vida militar. Se busca un grupo de directores, actores y equipo de productores con cierta trayectoria, de modo que la narración sea creíble, sea verosímil. Por supuesto, todo allí es intachable y, al mismo tiempo, susceptible de corrección, humano, demasiado humano. Se modifica la imagen de corrupción y de violaciones a los derechos humanos que existe en su interior.

-Los afiches

Como nunca antes, diseños gráficos que corresponden con modelos de la nueva publicidad que ha hecho carrera en el mundo, la de Benetton. Imágenes de contrastes sin referencia directa al producto y el anuncio del producto con un color llamativo. Ya no se apela a la abstracción de mensajes que convocan a la santa alianza, a la unidad. No se lanzan llamados a grandes adhesiones sino a simples compañías o solidaridades.

6.2 La construcción cotidiana Volver

Pero no es suficiente el posicionamiento de las imágenes, es necesario también que el producto tenga alguna virtud que lo haga tan visible como real. Si se trata de ganar la población, entonces hay que ocultar sutilmente lo que se ha hecho, invitar al olvido, "mostrar que estamos cambiando", que somos la nueva policía.

- La gente legal

Un proyecto de acercamiento de la policía a la comunidad, para luego volver a una Policía retroalimentada por la misma comunidad. Carnetizaciones, visitas domiciliadas, jornadas de trabajo con la comunidad, son parte de la estrategia, luego vienen los grandes conciertos con artistas de moda. Antes había sido Shakira disfrazada de militar. Se entremezcla la seguridad con "la gente legal", la chévere, la in, la confiable, la que ríe y baila, disfruta del porro moderno y de la tecnocarrilera. Espacios más amplios que muestran la fuerza de convocatoria, que estimulan la solidaridad y la identidad de la comunidad con sus instituciones. Al rincón de la basura se arroja lo asqueante de su corrupción o su participación en acciones de "limpieza social", como lo han denunciado organismos internacionales de derechos humanos. Forma interesante para instaurar la impunidad por el acercamiento de la comunidad a la imagen de lo nuevo. Excelente manera del control social mucho más tecnificada que las presentaciones de los grupos de salsa y vallenato en cada institución.

- La movilizaciones

Pero, a su lado, la invitación y la organización de movilizaciones. Traslados inusuales de víctimas de acciones de la guerrilla a los medios masivos de información, narraciones de representación social de las acciones contra la población civil para deslegitimar planteamientos contra las instituciones estatales.

- Las acciones cívico militares

No se ataca con la fuerza, se ataca con el corazón. En la filigrana de la paz un nuevo espacio para la guerra. Acciones silenciosas de acercamiento a la comunidad, entregado materiales de construcción, pintura de las casas de la población, regalos de drogas sin importar su vencimiento y que sean muestran gratis de laboratorios, camisetas con screen que hacen alusión al amor que la comunidad tiene por la institución, abrazos, festines, festivales. Se borra de un tajo lo que hicieron contra la comunidad cuando arrasaron las flores. "Ahora son distintos, nos apoyan y acompañan, duermen con nosotros. Nadie lo hace. Ni la Iglesia ni los promotores de fuera". Uniformes para niños, uniformes para damas o para caballeros, ellos son el alma del ejército.

La cocción a fuego lento sustituye el crematorio nazi. Una nueva narración de la impunidad está creciendo. Cada vez son más sus adeptos; y nuevos sus pretendidos argumentos, arraigados en la conciencia configurada socio-culturalmente desde hace mucho tiempo. Lo irracional es irracional. Estos escenarios de imágenes son nuevos espacios del conflicto, de los campos de batalla. Nuestra conciencia de ruptura debe posibilitar asumirnos desde nuestra complicidad con estos juegos, así como desde nuestra resistencia creativa. Fundamentar el sentido de la dignidad es cada vez más complejo, pero en el tiempo nuestro exige la osadía de resignificar lo que somos y lo que seremos.